El turismo de aventura es uno de los segmentos que más ha crecido en los últimos años a pesar de las turbulencias económicas y para los destinos supone además una fuente de ingresos por viajero superior a la de otras categorías turísticas. Pero el rápido crecimiento representa a la vez una oportunidad y un peligro, según reconocen las empresas especializadas.
Hasta hace pocos años, el turismo de aventura estaba considerado como un pequeño nicho del sector turístico.
Pero hoy en día se ha convertido en un negocio cada vez más internacional, con una facturación global estimada de 263.000 millones de dólares anuales, según los cálculos de la Adventure Travel Trade Association (ATTA), entidad que representa más de 300 empresas turísticas especializadas de 69 países.
Estas empresas operan en ámbitos muy diferentes, desde las actividades de aventura consideradas extremas hasta otras aptas para todos los públicos.
Y es que el turismo de aventura es una actividad bastante difícil de catalogar pero al mismo tiempo “cada vez más destinos tratan de posicionarse en este segmento porque reconocen su valor ecológico, cultural y económico”, según explica la Organización Mundial del Turismo (OMT).
De hecho, ATTA define como turismo de aventura aquel viaje (con una pernoctación mínima) que incluya al menos dos de los siguientes tres elementos: actividad física, medio natural e inmersión cultural.
Bajo esta definición tan amplia pueden establecerse dos categorías básicas de turismo de aventura: “hard” y “soft”.
Subir al Everest, una experiencia que cuesta 42.000 euros por persona (incluyendo viaje, contratación de sherpas y permisos para escalar) entra claramente en la primera categoría; mientras que apuntarse a una expedición arqueológica, ir de pesca o descender ríos en rafting serían consideradas actividades soft.
Fuente: Hosteltur
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